viernes, 31 de enero de 2014

El compañero del tren

Mi nombre es Carla y llevo dos años trabajando en una asesoría en pleno centro de Madrid. Todos los días cojo el tren en la estación de Tres Olivos y me bajo en Príncipe Pío.
Desde el principio, un chico bastante agraciado físicamente se sienta enfrente de mí. En más de una ocasión, hemos conversado. No puedo decir que le conozco perfectamente, pero puedo asegurar que nos compenetramos bastante bien.
Llevo varios días sin verle. Se me hace extraño, puesto que no me ha comentado nada de que iba a coger unos días de vacaciones. Como no dispongo de su número de teléfono, no puedo ni mandarle un mensaje ni llamarle. De pronto, descubro que aparece de la nada y me sonríe.
Leo en el periódico que un chico de mi edad -en la actualidad tengo 24 años- ha fallecido arrojándose a las vías del tren. Aparece una foto del chico en cuestión y descubro que se parece a mi amigo. Levanto la cabeza y le descubro sentado a mi lado.
-¡Hola! ¿Todo bien? -pregunta él.
-Un poco cansada, la verdad es que necesito unos días de vacaciones.
-Chiqui, ¿puedo quedarme a dormir en tu casa? No puedo aparecer en casa de mis padres así como así.
-Vale, como quieras. Aunque es cierto que me gustaría saber por qué este repentino interés en estar conmigo.
Llegamos a Tres Olivos y, a pesar de que todo el mundo me mira como si estuviese loca, la presencia de mi amigo Martín está conmigo. Tras llegar a casa, vuelvo a encontrarme sola.
-¿Martín? ¿Dónde estás?
No recibo respuesta y descubro una carta en la mesa.
“Hola, pequeña. Sé que has visto la noticia de mi muerte en el periódico. Quisiera pedirte que no eches de menos nuestras conversaciones en el Metro. Espero que nos volvamos a ver pronto. Te quiere, Martín.”
Me echo a llorar y, al cabo de un rato, viene mi amiga Celia para ir a tomar algo juntas. Al poco de llegar ella a casa, descubre la nota.
-Ahora me explico por qué estás tan rara.  Tu amigo del tren ya no está aquí y te has dado cuenta de lo mucho que te importaba.
-Puede que el hecho de que Martín no esté aquí influya en mi ánimo, pero debes ser consciente de que le conozco desde hace un par de años y echo de menos verle a diario.
-Ya, pero el destino ha querido que no os veáis más y debes seguir adelante.
Con la misma, Celia me da un abrazo y vamos a un bar para pedir algo para cenar. Al entrar, descubro a Martín apoyado en la barra. Tímidamente, le sonrío y viene donde mí a agarrarme por la cintura. Me susurra que vaya con él al baño, que necesita comentarme una cosa.
Me ausento de mi amiga y la comento que me pida lo de siempre. Cuando llego al baño, mi amigo me comenta que, aunque le veré en muy pocas ocasiones, siempre estará a mi lado.
Esa noche empiezo a ser consciente de que debo seguir con mi vida. Martín estará cerca, aunque no físicamente, y eso, en cierto modo, me tranquiliza. Cuando me despierto por la mañana, le descubro tumbado a mi lado. Puede parecer una ilusión, pero no me acostumbro a saber que una de las personas con la que he compartido ciertas charlas, ya no esté en este mundo.
La vida sigue y, después de un tiempo, tiempo en el que Martín y yo hemos seguido viéndonos, llega a la empresa un nuevo trabajador. Mi nuevo compañero se llama Adrián y lo que más me choca es que creo haberle visto en el tren.
-Hola. ¿Nos conocemos? -pregunta.
-La verdad es que tu cara no me resulta desconocida, pero, si es verdad que te conozco, no sé quién eres.
-¿Coges el tren en Tres Olivos?
-Mmm… Sí, ¿Por qué?
-Espero que nos veamos con frecuencia, Chiqui.
Con la misma, te vas y me dejas con la palabra en la boca. No me concentro en exceso durante toda la jornada.
Justo cuando me voy a marchar, me despido de Sergio, mi superior, y éste me pide que entre a su despacho. Comenta que me ha escuchado hablar con Adrián y desea que me lleve bien con él, que no quiere seguir viéndome mustia.
-Gracias por el interés, pero mis problemas tienen que ver con cosas personales.
-Aún no te has recuperado de lo de Martín, ¿cierto?
-Su muerte me ha afectado, pero soy consciente de que la vida sigue. Además, estas fechas son muy malas para mí. Me recuerdan todo lo que viví en Santander justo antes de venirme aquí.
-Ya sabes que si necesitas vacaciones, no tienes más que decírmelo.
-Gracias.
Me voy de su despacho y acelero el paso para llegar, cuanto antes, a la estación de Príncipe Pío. Allí, Adrián me sorprende por la espalda. Trato de ignorarle porque quiero centrar mis esfuerzos en encontrar a Martín. Éste no aparece por ningún lado y Adrián se da cuenta de que no le estoy haciendo caso.
-¿Te pasa algo? -preguntas-. Te noto ausente.
-No te preocupes. No es nada importante.
Con la misma, me agarras por la cintura y me das un beso. Trato de zafarme de sus brazos y veo que el tren se acerca. Adrián entra justo detrás de mí y se sienta enfrente, ocupando el sitio de Martín. De vez en cuando, Adrián hace algún comentario que me hace pensar en Martín.
Cuando se da cuenta de que paso olímpicamente de él y de sus comentarios, se sienta a mi lado.
-Chiqui, sé que te pasa algo conmigo y quisiera saber qué es.
-Conoces cosas de mi vida que no las sé ni yo. Hace unos meses murió una de las personas más importantes de mi vida y, desde que te he visto hoy, no dejo de ver en ti cosas que me recuerdan a él.
-¿Y si esa persona no murió y está más cerca de lo que tú te piensas?
-Deja de decir sandeces. Has entrado a mi vida y la has cambiado. Siento ser borde, pero es que sabes cosas que nadie más sabe.
-Eso es porque te conozco más de lo que piensas.
Llego a mi parada y salgo escopetada con la intención de que Adrián no me alcance. Cuando llego a la salida, descubro a Martín esperándome en las escaleras. Vamos caminando de la mano hasta mi casa y, al llegar, me siento en el sofá. Martín me abraza y no puedo evitar echarme a llorar. De pronto, alguien llama al timbre. Voy a mirar y descubro a un sonriente Adrián. Decido no abrirle, porque no quiero que me vea con los ojos hinchados de llorar.
Vuelvo a acurrucarme en los brazos de Martín y éste me acaricia la cabeza. Cierro los ojos y Martín me susurra al oído que dé una oportunidad a Adrián, que le conoce de hace tiempo y sabe que es un buen chico que va a conseguir hacerme feliz.
Abro los ojos y estoy tumbada en el sofá. A Martín no le veo por ningún sitio, aunque, bien es cierto que escucho ruidos procedentes de la cocina. Sigilosamente, voy allí y descubro que Adrián está haciendo algo de cena.
-¿Qué se supone que haces aquí? Y lo más curioso, ¿cómo narices has entrado?
-Un amigo tuyo me ha dejado entrar.
-Eso es imposible. Desde que me he ido sin despedirme del tren, no he estado acompañada en ningún momento.
-Ya, claro. ¿Y por qué estaba un chico aquí contigo?
-Vete de mi casa. Quiero que te vayas ya.
-Vale, como quieras. Pero no pretendas que, dentro de un tiempo, caiga rendido a tus pies.
Con la misma, Adrián recoge sus cosas y se va. Yo me quedo intranquila y termino de preparar lo que él había comenzado. Me giro para sacar un plato y Martín está sentado en una de las sillas de la mesa de la cocina. Comenta que soy demasiado borde y que Adrián no ha hecho nada para que yo le trate así.
-Me molesta que sepa cosas que solo tú sabías. ¿Cómo ha llegado a sus oídos?
-Chiqui, quiero pedirte un favor. Me gustaría que fueses con él tan adorable como lo has sido conmigo. Quiero que pienses en él y te convenzas de que, a su lado, vas a ser feliz como lo eras conmigo.
-Martín, cariño, tú eres el único que ocupa mis pensamientos. No me pidas que piense en él, porque no puedo. Tú eres el único chico por el que he sentido algo más que cariño.
Me da un abrazo y, tras verme cenar, se va, aunque me promete estar conmigo y comenta que me ayudará a ser feliz.

Los días pasan y, aunque sigo siendo dura con Adrián, nuestra relación se va consolidando hasta tal punto que se muda a vivir conmigo. A pesar de esto, mi relación con Martín no se debilita; en cambio, se fortalece porque, a pesar de que soy la única que le ve, Martín es la única persona que sabe cómo tratarme y darme consejos.
Chica Blue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario