martes, 10 de diciembre de 2013

Tenemos un problema.

Todo ha terminado. Dos años y medio tirados a la basura. Los dos nos hemos cansado de estar al lado de la otra persona. Cada vez que hacíamos el amor, notábamos que la pasión se había congelado, se había ido para no volver.
Recoges tus cosas y las vas metiendo en el coche para volver a casa de tus padres, a los que se les hace extraño volverte a tener en casa. Antes de irte, me aseguras que, pase lo que pase, no olvidarás todo lo que hemos vivido juntos.
De pronto, empiezo a sentirme mal y las ganas de vomitar se apoderan de mí. Entro al baño y me arrodillo para que la comida vaya fuera. Esto me lleva pasando varios días, pero nadie lo sabe. Bueno, Alberto ya lo ha visto.
-¿Pasa algo?
-No te preocupes –miento-, es la primera vez que me pasa.
-¿Y si es algo grave?
-Alberto, que no te preocupes. Ya no formo parte de tu vida, así que, por favor, olvida lo que acabas de ver.
-Vale, como quieras, pero, si te vuelve a pasar, avísame.
Le pongo dos dedos en los labios para que deje de hablar. Lo que menos necesito en estos momentos es que siga aquí. Necesito que se vaya y que me deje estar sola.
Llevo varios días con el cuerpo raro, además, aún no he tenido el periodo, cosa que no se me hace demasiado extraña, ya que nunca me viene regular.
Cuando veo que Alberto se aleja, poco a poco, con el coche, mi mano va, de manera instantánea, a la tripa. Ella es la culpable, por así decirlo, de que yo no me encuentre bien.
Pasan un par de días en los que apenas salgo de casa. Me los paso viendo películas e ingiriendo palomitas y galletitas saladas.
De pronto, alguien llama a la puerta. Voy a mirar y veo a Clara, mi mejor amiga. La abro y me tiro a sus brazos. Me comenta que tengo un estado pésimo y que, lo mejor, es que nos vayamos a dar una vuelta.
-No estoy de humor.
-Cielo, no te puedes quedar encerrada en casa. Sabes que, si lo haces, pensarás constantemente en él, y no te conviene.
-¿Sabes que es lo que pasa? Que necesito estar cerca del servicio, llevo una semana vomitando prácticamente todo lo que como.
-No estarás preñada, ¿no?
-Bestia. Eso es imposible. Además, si eso fuese cierto, te aseguro que no me vería con fuerzas para seguir adelante yo sola.
Me atrevo a confesar que no he tenido el periodo, y que tenía que haberle visto hace varios días. Mi amiga me pide que la espere en casa, que va a buscar algo de comida y que enseguida vuelve para hacerme compañía.
Cierro la puerta y me siento en el suelo a llorar, porque cada minuto que paso metida en esa casa, me le paso pensando en todo lo que Alberto y yo hemos vivido allí. Todas las esquinas de la casa son momentos a su lado. Dos años y medio que, por culpa de la rutina, nos ha impedido ser lo felices que quisiéramos. Además, esos dos años y medio se han quedado en nada, convirtiéndose en recuerdos vacíos.
El timbre me saca de mis pensamientos. Descubro a Clara con dos bolsas llenas de paquetes de galletas de chocolate y con alguna bolsa de patatas. También me la encuentro con el test de embarazo.
-¿A qué viene esto?
-Quiero asegurarme que tus vómitos no tienen nada que ver con una futura panza, panza que me hará tía.
-Definitivamente, no sé qué haría sin ti.
-Te aseguro que, sin mí, estarías aquí encerrada y no te harías esto, porque nos conocemos y sé que no irías a comprarlo.
La doy un abrazo y me voy al baño. Los recuerdos vuelven a invadirme. Allí fue donde lo hicimos por primera vez, metidos en la bañera llena de espuma. Sonrío melancólica y voy al ataque.
Nada más descubrir que, en efecto, estoy embarazada, pego un chillido. Clara viene corriendo al baño y me ve, sentada en el suelo, con la cabeza entre las rodillas, llorando. Me pregunta lo que me pasa y no soy capaz de pronunciar las dos palabras que tengo que decirla. Varios minutos después, consigo relajarme y la digo que, dentro de nueve meses, voy a tener un bebé en mis brazos.
-¿Y Alberto? ¿Le vas a llamar para contárselo?
-No quiero que piense que estoy desesperada por él.
-Cielo, es el padre de la criatura que se está formando ahí dentro.
-No me veo con fuerzas. Clara, tía, entiende mi postura. Hace un par de días que lo hemos dejado y no me veo capaz de llamarle y contarle que va a ser padre. Sé que me va a mandar a tomar vientos, porque es lo que me merezco.
-Inténtalo, no pierdes nada. Además, sé que se lo va a tomar bien y va a volver a tu lado. ¿O no es lo que quieres?
-Sí y no. Quiero que vuelva porque él me ha enseñado a amar, pero, a la vez, no quiero que vuelva. Sé que nuestra relación no tiene futuro alguno.
Mi amiga se queda en casa hasta la noche y consigue convencerme de que le dé la buena noticia a Alberto.
Al día siguiente, por la tarde, Alberto llega a casa para terminar de recoger sus cosas. Le veo rebuscando en su armario y sonrío.
-¿Qué tal va esa tripa?
-A ratos, aunque, ahora que la mencionas, hemos de hablar.
-¿Es bueno o malo?
-Depende de cómo se mire.
Nos sentamos en el borde de la cama y descubro inquietud en su cara. Se encuentra inquieto porque le invade la curiosidad de saber qué es lo que tengo que decirle. Sé que no es fácil soltar la bomba y quedarme tan ancha. Cojo aire y le pido que no se aleje de mí, que le necesito a mi lado más que nunca.
-Hace tres días no me decías lo mismo.
-Porque hace tres días no sabía lo que me pasaba.
-Me estás asustando.
-Estoy embarazada.
Se acerca a mí y me da un abrazo. No veo su cara, pero intuyo que está feliz. No puedo evitar echarme a llorar. No sé si lo que he hecho está bien, pero Alberto se merece saber que va a ser padre. Ahora es él quien debe decidir si aceptarlo o no.
-Si quieres, vuelvo aquí y te hago compañía.
-Nada me gustaría más, aunque me gustaría pedirte que aguantases mis cambios de humor. Ahora mismo, no me aguanto ni yo.
-Nuestro pequeño viene en camino, ¿cómo no aguantarlo? Si te soy sincero, quiero que, juntos, veamos crecer esa tripa y que, también juntos, le veamos crecer. Intentaremos, y conseguiremos, ser una familia feliz.
Poco a poco, los días van pasando y vamos informando de la buena noticia a las respectivas familias. Se lo decimos primero a la mía, que se lo toman bien. A la que más le cuesta aceptarlo es a mi madre, porque Alberto y ella no es que se hayan llevado muy bien, pero se lo toma bien, porque sabe que soy feliz a su lado. Por lo menos, es lo que intento.
Después, toca la familia de Alberto, que no se lo toman muy bien. Su madre sospecha que me he inventado el embarazo para tener a su hijo a mi lado. La que mejor se lo toma es su hermana, que me da un fuerte abrazo y se alegra de que, después de todo, Alberto y yo volvamos a ser felices.
Una noche, invitamos a Clara a que venga a cenar a casa y hacer una doble celebración: nuestra reconciliación y el embarazo.
A Alberto le empieza a sonar el teléfono y, cuando se va del salón a atenderle, Clara se sienta a mi lado y me asegura que se nos ve bien, como si no lo hubiésemos, por así decirlo, dejado.
-Yo no estaría tan segura de las apariencias.
-No te entiendo.
-Sí, vale, está a mi lado porque quiere ver crecer al bebé, pero no creo que nosotros, como pareja, podamos volver a ser felices.
-Cielo, vais a volver a ser igual que antes, ya lo verás.
-No creo, pero bueno, por intentarlo que no quede.
Las cosas transcurren con normalidad. Mi relación con Alberto parece ir bien, solo que noto que no le hace mucha gracia estar a mi lado. Creo que ha vuelto conmigo por el bebé, pero no quiero preguntarle por miedo a la reacción que pueda tener.
Estamos tirados en el sofá viendo una peli. Yo sentada encima de él, mientras que Alberto acaricia mi barriga y me da algún beso en el cuello que está al borde de hacerme enloquecer. Para quien lo vea, parecemos una pareja normal, pero no es así, mis cambios de humor son constantes y Alberto no los aguanta todos. En ocasiones, se esfuma de casa y se va a dar una vuelta hasta que se me pasa el cambio de humor. En otras, se culpa de haberme dejado embarazada.
-Cielo, no puedo seguir más –comenta mientras se levanta del sofá-. Esto no tiene ni pies ni cabeza.
-No te entiendo, ¿a qué te refieres?
-Cuidaré del hijo que viene en camino como me corresponde, pero tú y yo no podemos seguir juntos. Si tratamos de ser la familia feliz que nunca conseguiremos crear, nuestro retoño no será feliz, y me niego a que eso sea así.
Con la misma, coges las cosas y te vas de casa. Me echo a llorar y, de mientras, intento convencerme de que lo mejor es tratar de luchar por salir adelante siendo una madre soltera.
Mando un mensaje a Clara para pedirla que me acompañe a la ecografía que tengo programada. Acepta encantada y me pregunta la razón por la que Alberto no es el encargado de acompañarme.
-Quiero que sea la Tita Clara la que venga conmigo.
-Ya, Cielo, pero él es el padre de la criatura.
-Para mí, él es la única persona con la que he tenido relaciones, y punto. Él ya no existe, y punto.
Al día siguiente, Clara me viene a buscar a la hora acordada. Juntas, vamos en coche hasta el hospital en el que me van a hacer la ecografía correspondiente. Encuentra aparcamiento en la puerta y vamos hasta la sala de espera. Al llegar allí, recibo un mensaje de Alberto en el que me pide que le deje estar a mi lado en todo lo relacionado con la criatura. Le contesto rechazando su propuesta y le comento que ya tengo a mi lado a Clara, que es la que va a estar a mi lado en todo momento.
-¿He de recordarte que el bebé que esperas es de ambos?
-No es necesario, pero, si lo nuestro no tiene sentido, tampoco tiene sentido que quieras preocuparte por la criatura. O todo, o nada.
-Mi niña, no seas así. Entiende que quiera preocuparme por el bebé, también es hijo mío.
-Primero, ya no soy tu niña; segundo, haré lo que esté en mi mano para que la criatura no sepa nada de su padre.
Con la misma, cuelgo. Apago el móvil y nos llaman para entrar. Estamos allí lo necesario y el médico me da la noticia de que estoy embarazada de un niño.
Me quedo pálida, ya que, a mí me apetecía tener una niña, aunque, siendo sincera, lo importante es que la criatura venga en el mejor estado posible. Clara me agarra la mano y, con la mirada, me pide tranquilidad, ya que es lo mejor en estos casos.
Un rato después, salimos del hospital y mi amiga me pide que llame a Alberto para contárselo. Como no me veo con demasiadas fuerzas para escuchar su voz, se lo digo por un mensaje.
Por la tarde, mi ex pareja viene a hacerme una visita a casa y, tras verme, me abraza. Le pido que se aleje de mí, que ya me las apañaré para salir adelante sola.
-No pienso permitirlo. Que tú y yo no tengamos nada, no significa que no pueda hacerme cargo del pequeño.
-Lo tuyo es un ni contigo, ni sin mí. Aclárate por el bien de los dos.
-No voy a olvidar todo lo que ha pasado entre nosotros, Cielo. Ese niño va a ser mi vida y has de ser consciente de que necesita el amor de los dos.
-Pienso ser madre soltera, te guste o no. Ahora, vete.
-No pienso hacerlo. Necesito que me escuches, joder. Puede que lo nuestro ya no tenga sentido, pero ahora debemos estar más unidos que nunca. No tienes ni la más remota idea de lo que se siente siendo hijo de padres separados. Por eso mismo, no pienso permitir perderme un segundo de su infancia.
-Alberto, no es el momento para hablarlo.
-Sí que lo es.
Coge mi cara y me besa. Intento separarme de él, pero sus manos lo impiden. Me agarra por la cintura y, con cuidado, me coge para llevarme a la habitación. Me tumba en la cama y me sigue besando. Trato de pararle, alegando que no quiero que sucedan cosas de las que ambos podamos arrepentirnos.
Se sienta en la cama y, serio, me pregunta si estoy segura de lo que le estoy diciendo.
-Totalmente. Me he convencido de que lo mejor es que no estemos juntos, ya me las apañaré para seguir adelante.
-Y vuelta a empezar. Cielo, entra en razón y permíteme que me quede.
-No quiero escuchar otra vez de tus labios que lo mejor es estar separados porque lo nuestro no funciona.
Alberto se va de la habitación y, con portazo, sale de casa.
-Varios meses después-
Me he acostumbrado a vivir sola. Alberto viene a verme a diario para interesarse por mi embarazo. Entre ambos, hemos decidido el nombre del bebé. Hemos llegado al acuerdo de que el pequeño se va a llamar Ángel.
Mientras decido la ropa que voy a llevarme para ir a casa de Clara, alguien llama a la puerta. Miro y es Alberto.
-Hoy no te esperaba –comento tras darle dos besos.
-¿No puedo venir a verte, como siempre?
-Sí, pero hoy voy a cenar a casa de Clara.
-Por eso vengo. Te voy a llevar en coche.
-¿Cómo?
-Sí. Los dos cenamos en su casa.
-Como sigo sin entenderte, me lo explicas en el coche.
Me voy a cambiarme de ropa y, cuando quiero darme cuenta, Alberto está apoyado en la puerta. Le pregunto por sus motivos. Comienza a reírse y, cuando se para, se acerca a mí y me abraza por detrás. Me comenta que tiene ganas de ver la cara del bebé. Sonrío, giro la cabeza y le beso.
-¿A qué viene esto?
-Echaba de menos hacerlo. No me acostumbro a solo verte como el padre de mi hijo.
Nos fundimos en un tierno abrazo y, varios minutos después, salimos hacia casa de Clara. Cuando llegamos, descubrimos que no hay nadie. Decido llamar a mi amiga para ver dónde está y no me coge el teléfono. Comienzo a preocuparme y Alberto me pide tranquilidad, que en mi estado no me conviene estar alterada
De pronto, siento un pinchazo. Comento que creo que el momento ha llegado. Vamos en dirección al hospital e intento localizar a Clara, ya que quiero mantenerla informada. Al seguir ilocalizable, decido que lo mejor es mandarla un mensaje.
Entramos en urgencias y noto como las piernas empiezan a fallarme. Me tumban en una camilla y me meten en una habitación. Alberto no se separa de mi lado en ningún momento y, con sus caricias, me ayuda a estar relajada. Las contracciones son cada vez más seguidas. Aprieto fuerte la mano de Alberto y su presencia me ayuda a relajarme.
Unas cuantas horas después, me despierto aturdida. Estoy sola, en una habitación con paredes blancas. Tardo varios segundos en darme cuenta de dónde estoy. Me toco la tripa y no la noto igual que desde hace casi ocho meses. Consigo recordar que, por la noche, Alberto me trajo al hospital porque el pequeño tenía ganas de conocer el mundo.
La puerta se abre y aparece una enfermera con el carrito. Veo que viene acompañada del niño. Las palabras no me salen en ese momento. Al ver su carita, me emociono y no sé qué decir. Las lágrimas corren por mis mejillas. Me acerca al pequeño y descubro que es igualito a su padre.
Varios minutos después, Alberto entra a la habitación. No lo hace solo, viene acompañado de Clara. Sonríen al verme despierta. Ambos me saludan y Alberto me da un beso en la frente. Me pregunta cómo estoy.
-Cansada.
-Es normal, Cielo –comenta Clara-. Un parto siempre termina cansando.
-Clara, ¿puedes dejarme un momento a solas con Alberto?
-Claro que sí.
Cuando me cercioro de que ha salido de la habitación, Alberto me pregunta por lo que tengo que comentarle. Cojo aire y le pido que, ahora más que nunca, se quede a mi lado. Me mira extrañado y me pregunta a qué viene mi proposición.
-¿Sabes? Me he dado cuenta de que nadie mejor que tú para ayudarme.
-¿De verdad que quieres estar a mi lado, después de todo?
-Sí. Puede parecer una locura, pero la mayor locura, para mí, es amaros a los dos con toda mi alma.
Y, con la misma, cierro los ojos. Ahí es cuando me doy cuenta de que nunca sabes cuándo vas a amar. Da igual el sexo de la persona, el lugar y el momento de tu vida. Siempre acaba apareciendo esa persona que te cambia la vida y esa que, a pesar de todo, no sale de tu cabeza.
Chica Blue

No hay comentarios:

Publicar un comentario