Hoy
es nuestra primera cita, la primera vez que vamos a estar solos, sin miradas
curiosas que sospechen de lo que nos traemos entre manos. Durante un rato estoy
pensando en lo que me voy a poner cuando, sin venir a cuento y dando la sensación
de que me estás leyendo el pensamiento, recibo un mensaje tuyo en el que
comentas que te da igual la ropa que lleve, que estaré guapa de todas maneras.
Me pongo a sonreír como una tonta y, al final, decido ponerme una camiseta gris
y un vaquero negro.
A
pesar de que todavía queda un rato para la hora prevista para nuestra “cita”,
si es que así se le puede llamar, decido ir bajando hacia el Ayuntamiento. Los
minutos van pasando lentamente y me voy, progresivamente, poniendo más
nerviosa.
Instintivamente,
miro el reloj y, al descubrir que todavía quedan diez minutos, decido juguetear
con el móvil para que los minutos no se me hagan tan largos. Pierdo la noción
del tiempo y levanto la cabeza para descubrir que te vas acercando a mí. Corro
hacia tu encuentro y me recibes con dos besos y un efusivo abrazo. Preguntas si
me apetece ir a algún sitio especial y comento que lo más importante de todo es
que pasemos la tarde juntos.
Vamos
tranquilamente caminando hasta llegar una cafetería en la que, de pronto,
llegan a mi mente un montón de recuerdos junto a mis amigas, esas personas con
las que, por diferentes motivos, me he distanciado un poco. Descubro que la
mesa en la que siempre solíamos sentarnos está libre, por lo que se me antoja
sentarme en esa ella.
-Por
la cara que has puesto, creo que ese lugar te trae muy buenos recuerdos, ¿me
equivoco?
-Sí.
Reconozco que aquí he pasado muchos buenos momentos con mis amigas y, la
verdad, es que, por unas cosas u otras, hace mucho que no nos reunimos. Creo
que he de llamarlas un día y organizar algo.
-Bueno,
creo que es hora de sentarnos y pasar la tarde juntos.
Te
acaricio la cara y te dedico una sonrisa. Nada más sentarnos, una camarera
viene a interesarse por lo que queremos tomar. Pedimos unas coca-colas y un gofre
con chocolate y nata para compartir. Lo apunta y se marcha.
Durante
un rato, charlamos sobre las cosas que nos gusta hacer en nuestro tiempo libre.
Te ríes un poco cuando comento que me encanta escribir, que, gracias a ello,
pierdo la noción del tiempo. Yo, no sé por qué, pero me enfurruño un poco
cuando dices que tu mayor afición es hablar con los colegas por las redes
sociales.
-No
sé a qué vienen esos morros.
-Por
la sencilla razón de que rara vez me contestas.
Te
acercas más a mí y me das un pequeño beso en la frente. En ese instante, llegan
nuestras consumiciones. Nos las tomamos tranquilamente a la vez que nos echamos
unas risas. La tarde pasa sin ningún sobresalto, aunque hay un momento en el
que me dan ganas de salir huyendo sin decir adiós. Eso ocurre cuando, tras
volver del baño, veo que has puesto un pequeño paquete en la mesa.
-¿Es
para mí? –pregunto sorprendida.
-¿Para
quién pensabas que es? Es un detalle sin importancia, pero me apetece que
tengas un detalle de nuestra primera cita.
-Ahora
yo me siento mal. Es que no he traído nada. Por lo menos me podías haber
avisado.
Me
pides que no me preocupe, que, de momento, no tengo la obligación de regalarte
nada. Nervioso, quieres abra el paquete, alegando que tienes ganas de ver mi
reacción. Lo abro para descubrir que es una pulsera rosa. Comento, con una
sonrisa en la cara, que es preciosa y tú te alegras de que me haya gustado.
Después
de tú pagar las consumiciones -eres tan cabezota que no quieres que pague mi
parte-, nos vamos. Damos una vuelta y decido acompañarte hasta las Estaciones.
Ya allí, me despido de ti con un simple “gracias” por el detalle. Nos fundimos
en un abrazo y me pides que no me quite la pulsera en ningún momento.
-No
te preocupes, me la verás a diario -comento sonriente.
-Eso
espero, pequeña. Te diré que quiero que estés a mi lado, que te has convertido
en algo muy importante en mi vida.
-Vamos,
que no me quieres perder de vista tan fácilmente.
-Venga,
fuguémonos juntos al fin del mundo.
Comienzo
a reírme y te doy un beso. Me quedo a tu lado esperando a que llegue tu tren.
Cuando descubrimos que se acerca, te despides con una sonrisa y, feliz, salgo
de allí con rumbo a mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario